En los últimos años, el concepto de autocuidado se ha vuelto muy popular, y con razón. Cuidarse a una misma y darse prioridad es esencial; para poder dar, primero debemos recibir y además si no estamos bien la salud se resiente. Y todo este movimiento, esta idea, está muy alineado con la importancia de cuidar nuestra salud mental y emocional.
Hasta ahí, todo positivo y deseable, pero es crucial distinguir entre lo que realmente contribuye a nuestro bienestar y lo que, en realidad, es una manifestación de la presión estética disfrazada de autocuidado.

► La industria de la belleza y el bienestar han capitalizado esta tendencia del autocuidado, mezclando el concepto de salud y bienestar con el de la apariencia. La insatisfacción corporal, fomentada por los medios y la cultura popular, a menudo se disfraza de autocuidado.
► Ofertan una vasta gama de productos y servicios que prometen mejorar nuestro físico y por tanto nuestra salud: rutinas interminables de skincare, dietas, una variedad infinita de suplementos, ejercicio extremo, tweakments y procedimientos estéticos, etc.
► Nos venden la idea de que debemos corregir, mejorar y perfeccionar constantemente nuestra apariencia para ser verdaderamente felices y saludables. Esta presión puede ser muy tramposa y difícil de reconocer, ya que se presenta bajo la apariencia de prácticas saludables.
El autocuidado debe ser algo que nos nutra y nos haga sentir bien, no una fuente de estrés o presión adicional. Ser críticas con la publicidad, tomar decisiones informadas y centradas en nuestro bienestar integral. Volver a lo esencial, a lo natural, a lo que realmente nos hace sentir bien, y recordar que cuidarnos es un acto de amor propio que va más allá de la apariencia física.